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Concurso de relato joven: "La oveja negra"

websitebuilder • jul 02, 2020


Era verano, uno algo raro, en el que fui pasando de tomarme el medicamento, a fumar costo mezclado con tabaco, el humo arrastrado por el viento parecía escapar como diciendo, estás en un sueño, del cual despertaras en algún momento.

Mi tío y mis primos vinieron de Santander tierra de amaneceres húmedos mezclados con el aire puro, a la capital, mi ciudad natal. Se quedaron a vivir en casa de mi abuela, pues era un sitio en el que no te pedían monedas, además así cuidarían y le harían compañía a ella. En uno de los días de la semana que pasaron en mi casa, surgiría un tema el cual yo me temía, pues mi madre hacía ya tiempo que me lo decía, empezar un curso con mi primo, que alegría.

Aunque estaba algo ilusionado, había algo que me decía, que no me arriesgara demasiado y que me quedara en casa resguardado, para evitar algo que me sacara de mi sueño, mi letargo.  Como era de esperar la vida tomo su camino y acabé viéndome en una historia de esas que no suelen aparecer en los libros. De esta historia recuerdo gran parte, mucho menos de lo que pasó parte por parte, pero voy a contaros lo que mi cabeza y corazón guardan por instantes.

Era mi primer día de clase yo estaba expectante, mi primo a mi lado, los dos sentados dándonos aires. Antes de entrar en el aula, habíamos esperado en un salón-recepción y allí fue donde algo llamo mi atención. Se trataba de una chica con coleta, esbelta, tatuada y en chándal, bajo la coleta se observaba la mitad de la cabeza rapada, estaba apoyada dándome la espalda en una pared blanca, parecía distraída, aunque daba la sensación de que estaba pendiente de todo lo que a su alrededor ocurría.

Apareció el profesor y antes de que pudiera acercarme a hablarle con terror, ella ya le seguía con paso firme y mirada fría. Hasta que me entere de lo que sucedía, el resto de la clase ya discurría como un rebaño de ovejas blancas, la pregunta era, cuál es la negra. Al verme distraído mi primo me llamó y les seguí eufórico, cardiaco y nervioso, pues con la cabeza aún aturdida no me di cuenta de que esa sería la primera vez que la vería. Las horas de ese primer contacto con profesores y compañeros pasaron, al terminar, todos nos encaminamos abandonar el recinto, entre bromas, mi primo y yo desarrollamos el instinto, él se fijó en una chica delgada y guapa, mientras que yo solo podía fijarme en ella, la chica de la coleta.

Menuda melena, era de un color castaño, pero no cualquier castaño, era como si un grupo de abejas de un panal hubieran decidido hacer una obra celestial y teñirla de manera fiel del color de la miel. También tenía unos tonos rubios, parecerá de estúpidos, pero era como si la luz del sol se hubiera camuflado haciendo surcos en su cabellera, mostrándose solo cuando ella movía la melena. Cuando llegué a casa me fui a pasear con mi perra, siempre nos solíamos quedar en un parque que se me hacía familiar y solitario, justo lo que yo estaba buscando, un sitio donde soñar e imaginar, fumándome un par  Lucky corría y yo sonreía, pues desde que llegó ha sido mi alegría.

Entre lo que había vivido aquel día y el humo que tragaba empecé a sentir la magia de la vida, mientras dibujaba una realidad maravillosa, utópica, idílica, maldita sea ni el mismísimo Spilberg habría creado así una fantasía, ni aunque la tierra se empezara a desquebrajar bajo mis pies, me hubiera arrancado la sonrisa. Fue quizás en ese momento, cuando debí haber parado a tiempo, tomar mi medicamento y dejar de soñar, alejarme de lo que me hacía mal, aunque me sintiera genial. Pero todos sabemos que es difícil renunciar a la parte de la vida que nos hace volar.

Autor:  D. F. B. Finalista concurso de relato breve de Espacio Joven.

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